miércoles, 30 de enero de 2008

Maíz Emblemático


Manuel Torres Rivera

Se alude a las raíces en aras de una redención de la que no se espera futuro por la sencilla razón de una defensa planteada en el asiento de la historia ancestral, en la cultura, en la herencia de pueblos antiguos, en la planta sagrada como fue llamada en la explanada principal del Parque México en el corazón de la gran ciudad, en la Colonia Condesa. El domingo pasado, una “pinta de lona” convocó a exponentes de la plástica mexicana para de una forma emblemática defender los intereses de los campesinos mexicanos ante la incursión y trastoque de la tradición de la planta y platillos con los que hemos crecido todos.
El tono festivo de por lo menos quince artistas, destacados todos, brindó colorido y emotividad al evento; el acercar la poesía, las letras, la plástica y un tanto de orgullo y homenaje a la mazorca de maíz que adquirió todos los colores y la imaginación del artista en una lona extendida en el suelo, no resta la realidad del encuentro con una modernidad incómoda, inaplazable, en la que se ha empeñado mucho de lo que el país hoy representa.
Se avecinan marchas como sabemos, presión de grupos que esperaron los últimos minutos de un desenlace por demás anunciado en quince años de duración y vigencia de un tratado con dos países aliados en disciplinas diversas de las que destaca una y que aflora como icono que señala todo lo inherente al mundo contemporáneo, la comercial; uno de esos dos países dibuja con singular desplante una frontera que ha lastimado y beneficiado por igual, un límite innegable que separa dos mundos distintos, recinto endeble de rencores y marcadas diferencias, todo eso, pero siempre cerca y siempre útil cuando los propósitos de unos y otros encuentran equilibrio.
De la planta domesticada de siglos, de la etapa del auto consumo, de la manutención familiar de otros días y finalmente del romanticismo que se antoja defender, los años han dejado huella de todo menos de progreso y habrá que aceptar que las manos mexicanas, apreciadas en su destreza y en su imaginación, han sido trascendidas en los efectos inmediatos de la producción mecanizada y por las necesidades de una población por demás múltiple y nutrida de sueños distintos al apego de la tierra. El sentido de contemplar el suelo ha cambiado y la transformación no se detiene con la vista hacia atrás, pone miras de horizontes que mejoren circunstancias de vida y oportunidades en la educación y en la especialización.
El maíz fue la motivación poética de un domingo que reunió talento y postergó semblanza de futuro en puerta; la realidad contempla rezago en otros órdenes, todos del mismo sector, todos ligados a la tierra, todos tratando de despegar de una historia sujeta, detenida, paternal un tiempo, descuidada en muchas instancias en épocas recientes, en las que se aludía al energético que se acerca a su conmemoración de apropiación y en las que se concedía a la inminente llegada del progreso, rendición de cuentas en lo industrial como panacea que arregla todos los factores del mundo productivo como la mano invisible de los textos de economía clásica.
Así ha caminado México, de la mano de sus campesinos que reclaman muchas cosas, entre ellas mirar menos por la tierra tal vez, y muchos de oídos sordos se han empeñado en regresarlos a sus feudos de postración para beneficio de las porciones de poder que se van repartiendo por condiciones de permanencia en las situaciones de mando; la manipulación que no cesa, las prerrogativas que no alimentan pero aquietan, la paz social que vende con algo a cambio.
El campo mexicano deja de ser remembranza, deja de ser poesía, se aleja irremediablemente de las expresiones de la plástica que tuvo su momento; la pintura muralista es patente y recuerdo del atuendo y la manifestación de lucha; el fusil se transformó en labranza y la labranza debe contemplar la industria, único futuro cierto para la competencia si queremos combatir los vicios que no queremos admitir en la mutación de las semillas, en los híbridos y en las mezclas que manchan el color de la mazorca mexicana, la de la herencia que todavía apreciamos.