domingo, 1 de abril de 2007

De corazón sensible



Pedro Díaz G.

Diríase mágico. Regresar a sus aromas de humedad, boscoso más que nunca, y desaparecer por el sendero que llevaba a una zona imposible de patinar, la que, no obstante, era el reto de aquellos aspirantes a ases de las cuatro ruedas.
Salir a toda velocidad en curva desde la zona del Lago, dejar atrás la última visión de los patos, sortearla sin dejar de deslizarse y entrar a la izquierda, cortando esa vuelta para salir directo a la zona imposible: tres escalones de piedra y varios metros más de irregular terreno.
Muchos caían.
Pero el intento era incesante.
Patinar en el Parque México no es posible ya en 2007.
El gobierno de la ciudad mejora, mantiene, pero castiga. Sí, es delicioso andar en sus arterias de curvas irrepetibles, pero los amantes de la velocidad sobre ruedas encuentran ahora un nuevo adoquín cuyos grabados en relieve impiden tránsito de rueda alguna.
El Parque México.
Internarse desde Chilpancingo, ingresar a su primera parte; toparse con la escultura de Albert Einstein, donada por la comunidad judía.
Y el olor a frescura.
Recorrerlo en bicicleta con Elliot y Darío, jugar beisbol con ellos, más Jay y el Julián; patinar por las noches con Mauricio. O ya vuela el balón de americano de las manos del Güero al Rontontóin. Cae de bruces una tarde Alejandro pues Aldo Flores le perseguía para que todos le cayeramos a patadas: no calculó el salto de la cadena frente a la monumental mujer desnuda con sus cántaros de agua. Hoy se venden juguetes para los niños y coloridos frascos, fábricas de pompas de jabón. Y en aquellas bancas lecciones de manualidades cada fin de semana...
No. No hay ya la andanada de perros, hacia la fuente más cercana a avenida Sonora. Su hábitat se ha reducido y, al menos por hoy, se extrañan las corretizas que entre afganos o labradores solían perturbar a quien por ahí se atreviese a transitar. La mirada siempre cruel de un doberman en su sano juicio lo hace una aventura de alto riesgo.
Durante más de un año, allá en 1997, el parque perteneció a la Bashra. Apenas bajar de la humareda en el auto era correr por sus jardines. Qué manera de gozar.
Parte del paseo era en medio del foro Lindbergh, otrora recinto de columpios y resbaladillas, y siempre enorme cancha de futbol: la Bashra cruzaba en busca de su pelota una y otra y otra y otra vez, incansable como una labrador de un año.
El parque toma entonces otra dimensión. Su quehacer geográfico pertenece así a las costumbres de los canes. Que si les encante meterse al lago –bajo la siempre alta probabilidad del arribo de vigilancia---, que si saltar una y otra vez los prados cuál obstáculos en carrera; que si ya están destruyendo las flores…
El parque 2007 está habitado por algunos vendedores, las parejas para quienes no hay mejor lugar para estar las siguientes dos horas, abrazados de la persona amada, que las bancas de piedra que simulan ser troncos de árbol, y un grupo de jóvenes que en el Lindbergh hallan uno de los sabores especiales a su condimentada tarde.
Es el Parque México una tierra generadora de sensaciones. Es regresar no a la infancia, sino a la visita anterior, a los 5, a los 10, a los 25 o a los 40 años; caminar por sus serpenteantes rutas no es sino un ejercicio de emociones que te vuelve a la vida.
Los paseos de la mano de Liliana; escapizas con tus amigos, recorridos con tu padre y con tu hermano. Rebeldías en complicidad o besos a escondidas, sobre el césped.
No se escucha el ruido de los autos.
Pareciera que ingresas a un bosque.
Pero en realidad estás entrando a la parte más sensible de tu corazón, cuyo nombre es Parque México.

1 comentario:

el Benja dijo...

Un lugar mágico, sin duda. Una enorme galería urbana de remembranzas que muta, pero que no es olvidada por nosotros, los de la Condesa. Aplaudo la emoción con la que tecleaste este texto. Me hiciste recordar buenos momentos en el Parque.
Saludos.
Benjamín Villeda.

www.burbujadeaislamientosensorial.wordpress.com