domingo, 25 de marzo de 2007

A contrasol los árboles se deshojan


Caminando con Juan Gelman

Marco Antonio Campos
La Jornada


Es mediados de noviembre pero el aire neblinoso y el frío que arrecia ya anuncian la llegada del invierno. A contrasol los árboles se deshojan o las hojas pierden su color o se vuelven de color flavo. Por las veredas arcillosas y de loseta rósea del Parque México, desde hace un siglo y medio converso, partiendo dos ciudades, partiendo a dos ciudades, con el poeta Juan Gelman, en un siempre que niega su jamás. Las pisadas despaciosas se oyen más en el pasado, como eco del eco, que devuelve meditalumbres, pesamundos, destinos rotos, el péndulo de la balanza que permanece insomne, una vida, sin embargo, que valió la vida, o en el caso de Juan, que valió las vidas. "Valió la pena", se oye a sí mismo murmurando, como viendo el ayer en un instante, y luego, emocionado: "Valió las penas". Mientras baja desde el follaje de los árboles el sonido de los dos violines del concierto de Bach, Juan recuerda de los años fraternales el corazón de Paco Urondo descorazonado, anécdotas que regalaba González Tuñón a mitad del cigarrillo en las mesas del café Tortoni, la magia, parada en dos vocales y un sombrero, de Olga Orozco, la aventura periodística de Poesía Buenos Aires, la desvertebrada Argentina de Aramburu que Rodolfo Walsh vertebró en su no-ficción.

La tarde apremia. El reloj del parque da las horas en azul y blanco. Palmeras y pinos se enderezan para alcanzar las nubes y Juan charla en voz baja de la Cuba de los sesenta, en la que una generación quiso creer, de su expulsión del Partido Comunista luego de que él mismo se expulsó, del difícil hábito de la clandestinidad, de la guerrilla sin prefijo, de los compañeros caídos como hojas en un bosque a las que nadie recogió, del exilio penoso en la Italia de los setenta donde cada frase llenaba de raíces cortadas sus oídos sin crecer la hierba, de su poesía atada al cordón del sayal de San Juan de la Cruz. Recuerda al hijo, al que sobre todo halla en sus pesadillas vestido con su sobretodo, ese hijo al que la tortura volvió el Hijo sin siquiera una esponja con vinagre para aliviar la herida, a Él, a quien clavaron en la sombra de la madera vertical y en la noche de la madera horizontal a la edad de los veinte años, la leve edad cuando en el puño se guarda el fuego de la estrella y las imágenes de los sueños, y recuerda a la nuera, que nada debía y a nadie debía, que sólo porfiaba en ser la esposa de su hijo, la hermana de su hijo, a quien disparó en la cabeza de sus diecinueve años un policía en Montevideo sólo para quedarse con la hija recién nacida y dársela a un jefe de policía. Recuerda luego a la nieta, ya en el borde de los treinta años, al principio renuente, pero pronto orgullosa de tener el apellido Gelman, el buen humor en el apellido Gelman, el corazón grande en el apellido Gelman.

"No me satisface ni me alegra –dice Juan–, haber perdido con Mara muchos años en la búsqueda de la justicia, y que los militares, que segaron la espiga de mi hijo y de mi nuera, estén en la cárcel, pero mentiría si dijera que eso no me alivia de alguna manera. En los países nuestros la justicia nunca llega o llega tarde, y en la Argentina y en el Uruguay tardó tres décadas. Después del ’83 no acabó el Tiempo de los Asesinos: no sólo no perdieron sus trabajos, sino ganaron ascensos y se gloriaban de haber pasado por encima el tren y triturado y molido el cuerpo de un enemigo en fuerza cincuenta veces más débil. En el país de los desaparecidos los únicos aparecidos en las calles de las ciudades argentinas y uruguayas en los últimos treinta años fueron los genocidas", dice con una voz que apenas se oye en el amarillo apagado de la tarde.

Juan conversa y camina, con el paso a despaso, porque las muchas vidas y las muchas muertes se le caen al cuerpo hasta romperle el alma en una música callada y profusamente dolorosa. "Uno no sabe cuál es el hilo de la vida hasta que te ponen una pistola en la sien, y sólo esperas que lo corten para pasar de una pesadilla a la otra."

En avenida Nuevo León, bajo el sol muriente, nos detenemos en la librería de Lulio para hojear libros, y un paso más tarde, mirando de sesgo las palmeras en el camellón de la avenida, recalamos en la cafebrería de El Péndulo, donde entran y salen ligeras y espléndidas muchachas, que llevan en la mano izquierda una siempreviva, y mientras bebe de dos sorbos un café cortado y enciende de nuevo un cigarrillo y dice: "Quiero ser enterrado en México", contemplo en los ojos de Juan travesías fluviales en los años de su juventud por las aguas del Plata hacia el Océano Atlántico o por el gran Paraná, que no ignora los lindes del término del mundo. Quien ha navegado por el Paraná, quien se ha visto en él, me lo digo al oído, ya conoce de semanas en un mes el asombro indómito de la belleza azul, mientras las cuerdas de los dos violines, rasgadas por el arco, me rasgan el alma y no me dejan respirar, o casi. ¿Pero por qué me emociona esta música, si no podría explicar una sola nota y trato de entender de ella lo que no alcanzo a entender? Violín o corno o piano o chelo u oboe, no es que se prefiera uno u otro, sino sólo aquel, que en su momento, obliga a que regresen los pájaros viudos al sur para que se oiga su trino en el mediodía justo.

"Creí que en la Argentina la utopía era una nueva desaparecida, pero cuando muere una utopía debe crearse otra, porque no podemos vivir sin el lúcido deseo de una pradera de violetas."

Y Juan calla, pero en su mirada, sin darse cuenta, se dibujan sucesivamente del ayer lejano boliches y casas bajas del barrio de inmigrantes de Villa Crespo, el curso del arroyo Maldonado, su hermano adolescente que recita versos de Pushkin en idioma ruso, la madre Dolorosa que esperó cuarenta años una carta, la barra querida y volandera que no sabía de despedidas, los rumorosos cafés a lo largo de calle Corrientes donde la poesía duraba lo que el humo del cigarro, los cabarets de rompe y rasga del barrio de El Retiro con sus minas y cafishios al alza, el Teatro Esmeralda y el Splendid con ecos lejanos de canciones criollas, las letras tangueras de Discépolo y de Manzi que lo hacían bailar el sábado a la noche buscando con el cuerpo en inclinado triángulo el cuerpo de la mujer, y la mirada de Juan se aleja, se va, y los dos violines del concierto se van oyendo en su mirada, y tras de las ventanas del café se ve la luz de los faroles en los muros, y por la acera arbolada miro alejarse a Juan hacia calle Atlixco, donde Dios y él se esperan siempre para después separarse.

sábado, 10 de marzo de 2007

Parque San Martín


El Parque México, también conocido como Parque San Martín, es uno de los más famosos y bellos de la Ciudad de México, sitio donde la arquitectura Art Decó y la naturaleza se unen creando un escenario de película.

El Parque México fue ideado por el Arq. José Luis Cuevas como parte integral del diseño urbanístico de la Colonia Hipódromo en 1926. Este parque habría de convertirse en el centro de dicho barrio, cuyo trazo fue inspirado tanto en el antiguo hipódromo que ahí se ubicaba como en los lineamientos de la Ciudad Jardín, que exigía amplias extensiones de áreas verdes en los nuevos fraccionamientos. Fue así que este parque y esta colonia, tuvieron una traza de forma elíptica, única en la urbe, en cuyo centro se edificó este jardín siguiendo un esmerado estudio de paisaje en el que se combinan fuentes, cascadas, estanques e incluso un lago en el que hasta nuestro días se puede observar el nado de los cisnes.

De especial relevancia para este parque, es su diseño arquitectónico, mismo que estuvo a cargo del Arq. Leonardo Noriega y del Ing. Javier Stávoli, quienes aprovecharon la monumentalidad y el cuidado en los detalles propios del Art Decó para dar realce a los diferentes espacios del parque, siendo el más destacado el Teatro al Aire Libre Lindbergh, que consta de de 5 pilares monumentales rematados con una marquesina y rodeado por una pérgola que empieza en una hermosa fuente con una mujer con cántaros de los que brota una fuente y culmina en un escenario que además de las columnas antes mencionadas, cuenta con dos elegantes relieves referentes al arte dramático creados por el escultor Roberto Montenegro. Asimismo, destaca una torre del reloj igualmente ejecutada en estilo Art Decó con una hermosa herrería y unas peculiares campanas que marcan la hora.

Este agradable parque es, como fue concebido, el centro de la Colonia Condesa, a su alrededor existen importantes ejemplos de la arquitectura mexicana de los años 1920's como el Edificio San Martín o el Edificio México. Además el parque es sede de varios eventos culturales, reuniones vecinales y punto de encuentro de una de las zonas más hip de la ciudad.

Festival del Tambor



Buscan reconocer y ampliar la difusión de la raíz africana en México
Este elemento está presente, pese a la sensación de lejanía, asegura investigador



CARLOS PAUL


Venta de tambores en el Parque México, durante el primer día de actividades del Festival del Tambor y la Cultura Africana Foto: Maria Luisa Severiano
Una multiétnica tribu contemporánea se congregó este domingo desde mediodía en el Parque México para asistir a la inauguración del cuarto Festival del Tambor y la Cultura Africana, encuentro en el que se podrán disfrutar desde diferentes muestras gastronómicas y artesanales, hasta apreciar vestimentas tradicionales africanas y de Latinoamérica, así como la participación de distintos grupos artísticos.

Sin llenar por completo el Foro Lindbergh del Parque México, un flujo constante de familias, parejas e individuos de piel blanca, oscura y cobriza, iba y venía por los diferentes puntos de exhibición y venta de comida, música, videos, libros, esculturas en madera, ropa y souvenirs de países como Sudáfrica, Cuba, Brasil, Colombia, Indonesia, Bolivia, Perú o Argentina; mientras otros espectadores disfrutaban de los grupos musicales que participaron en la inauguración del Festival del Tambor, que como cada año, ritmo, calor y sabor sonoro son los condimentos que le dan sazón al espíritu de los asistentes.

El encuentro artístico cultural tiene como propósito reconocer y ampliar la difusión de nuestra tercera raíz: la africana, la cual aun cuando no es tan visible como en otros países de América Latino, eso no significa que sea inexistente.

En nuestro país "existe un estereotipo negativo que impide crear un cotidiano y profundo interés sobre el continente africano, más allá de aquellos que podrían tener organismos no gubernamentales o de derechos humanos, en relación a que es un continente con muchos problemas, pobreza, guerras civiles o enfermedades", explica en charla con La Jornada José Arturo Saavedra Casco, investigador del Centro de Estudios de Asia y Africa, de El Colegio de México.

Para Saavedra, quien lleva 19 años estudiando la relación Africa-América Latina y habla el idioma swahili, uno de los factores históricos que tiene que ver con cierto estereotipo de cómo percibimos esa tercera raíz, "ocurre cuando se lleva a cabo la Independencia en México. El ideario criollo nacionalista plantea la idea de que existen solamente dos grandes núcleos de identidad, el indígena y el europeo, que se mezclan, de hecho ese siempre ha sido el discurso, el cual se ha repetido y replanteado en varias épocas de nuestra historia nacional.

"Habría que recordar que en la época de José Vaconcelos, con la raza cósmica, se vuelve a replantear. El elemento africano como que no embonaba dentro de esa dicotomía que se pretendía establecer. Entonces, en cierto sentido se ignoró y no se incluyó dentro de esa ideología que se quiso establecer acerca de la identidad nacional.

"El elemento africano ha estado presente si se toma en cuenta, por ejemplo, que Vicente Guerrero era descendiente de africanos, vínculo que no se ha estudiado mucho. Morelos tenía cantidad de gente en sus tropas que eran igual descendientes de africanos."

Lo que ocurrió, explica Saavedra, "es que al intentar establecer una identidad nacional, que de cierta manera no ayudó a rescatar el elemento africano, se generó una sensación de lejanía, de que no tenemos mucho que ver, cuando en realidad, como latinoamericanos, si vemos otros países, el elemento africano es mucho más visible, y en México aunque no se da de la misma manera, eso no quiere decir que sea inexistente".

La tercera raíz en México "se ha estudiado académicamente, sobre todo a partir de los trabajos de Gonzalo Aguirre Beltrán, pero todavía falta trascender el que el continente africano, no sólo esta presente en México en ciertos momentos históricos, sino que está también presente en muchos más hechos y situaciones, más allá del concepto de nación que hemos aprendido".

El cuarto Festival del Tambor y la Cultura Africana concluirá el 25 de febrero, y además de las presentaciones de distintos grupos artísticos, se realizarán talleres, conferencias, exposiciones, una muestra de cine y presentación de discos, entre otras actividades. En esta ocasión tendrá como sedes la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Museo Nacional de las Culturas Populares y la delegación Iztapalapa, para concluir con un festivo concierto en el Zócalo. Para informes de actividades, comunicarse al 5526-5331 y 1163-5543 o www.festivalafricano.org

...Y otros sueños



María Cortina

La otra noche volví en un sueño a mi niñez. Desperté feliz de haber conseguido revivir imágenes que habían pasado sin apenas darme cuenta; sin haberlas siquiera guardado en mi interior, como se guarda el primer amor, el primer susto o el poema que se pronuncia siempre con distinta voz y que no pierde jamás la vida.
Los sueños tienen eso: el poder de reinventar otra voz a lo real.
Jugábamos a vivir. A ser. Nada más. Esa era nuestra vocación, ser. Yo era una niña de la Colonia Condesa. Crecí entre niños que jugaban futbol, carreras de bicicleta o patines y luchas de agua; ataban latas a las patas de los gatos y se escondían en el Parque México para simular estar perdidos y sentir en el vientre la dulce turbación que ello provoca. Entonces no lo sabíamos, pero el Parque México es uno de esos milagros que se registra en la planeación urbana de la Ciudad de México, concebida más bien para ser el territorio e imperio del automóvil que hoy es. De existir más actos de generosidad como el Parque México, la ciudad y sus habitantes llevaríamos la dignidad hilvanada a la piel. Seríamos más abiertos, menos huidizos, más humanos. Y la vida no tendría que perdonarnos tanto. Nos atreveríamos a mirarla directamente a los ojos, sin dolor.
Cuando pienso en el Parque México, lo percibo de agua, como una serie de espejos de agua. Con mis hermanos, amigos o vecinos solíamos saltar en los pequeños lagos y fuentes para empapar a quien pasaba a nuestro lado. Luego salíamos corriendo, colmados de risas. Yo solía mirar durante largo rato a los patos y gansos del lago, tratando de distinguir los patos de las patas, los gansos de las gansas. Siempre había alguien que interrumpía mis cavilaciones y me daba un pedazo de bolillo para alimentarlos: una enana, un hombre solitario, un vendedor de merengues, una anciana sin dientes, un vagabundo. Los habituales visitantes del Parque México a los que en esos años nadie les temía. No había razón para tenerles miedo. Ni para huir de ellos, salir disparado con el terror en el rostro. En aquellos años no existían las bandas de secuestradores, ni ofrecían a los niños drogas en los parques. Si acaso alguna vez, a mí nunca me sucedió, un exhibicionista sorprendía a las niñas. Y a veces los adultos, desesperados por no conseguir controlarnos del todo, nos amenazaban con el “robachicos”. Te va a llevar el robachicos en su costal, decían. Pero nunca logramos verlo. Por más horas en la azotea esperando ver pasar al viejo del costal atiborrado de niños….
En mi sueño el Parque México tenía enormes papalotes, tan grandes casi como los que se exhiben en estos días en la librería Rosario Castellanos, que, por cierto, está también en la Condesa. Son papalotes de Francisco Toledo, fabricados en el taller que fundó hace diez años en Etla, Oaxaca. De niño, Toledo jugaba a peleas de papalote. Se trataba de atarle una navaja a los papalotes que saltaban como gallos, uno sobre el otro en el cielo del Istmo, hasta que caía herido el infortunado papalote.
Los papalotes son las alas de los sueños. Alguien me lo dijo cuando yo era niña. O quizá lo escuché en alguna de las películas que iba a ver al cine Lido, donde ahora está ubicada la librería repleta de papalotes. En el cine Lido, que después se llamó Bella Época, vi por vez primera una escena de sexo. Y todavía recuerdo el aleteo. El primer soplo de agonía de la infancia. A partir de ese día, cambió mi forma de mirar a las parejas que se besaban en las bancas de piedra del Parque México y a aquella fuente con una monumental mujer también de piedra en el centro. De los cántaros que lleva bajo sus brazos brota el agua de la fuente. Algún día tendría el mismo cuerpo que ella, pensaba al mirarla. Un cuerpo sin sed.
Cuando yo era niña, la colonia Condesa estaba repleta de tiendas de dulces. La más cercana a mi casa se llamaba “la viejita”. Así le pusimos los niños del barrio para quienes la vendedora de dulces era una viejita, que en realidad no lo era. En su tienda solamente se vendían dulces de los que ahora se les llama “típicos”. Obleas, alegrías, chiclosos, tamarindos de chile, de dulce y de sal, como tamales. Cerca de Semana Santa aparecía sobre el mostrador, una gran charola con capirotada, para la vigilia. Había también cajitas con cajeta, dulces de leche, acitrones, lágrimas de cocodrilo, morelianas, glorias, mazapanes, charamuscas y trompadas. Y para el día de muertos, decenas de calaveritas de azúcar. Los niños de mi generación tuvimos la fortuna de pronunciar a diario los nombres de los dulces que están hoy en extinción. Nos llenábamos la boca de palabras que saben a poema. Y pasábamos horas del otro lado del vidrio de la dulcería. Soñando.
La otra noche soñé que la tienda de dulces de la viejita era una casa deshabitada. Cuando entré, la viejita estaba sentada sobre la caja de las sorpresas, unos pequeños tubos de cartoncillo forrados de papel de china de colores, repletos de dulces y miniaturas. No había nada más. Excepto la ausencia de los dulces. Y eso, en un sueño es suficiente. La ausencia que permite ver muy lejos, aún en la sombra. O sobre la rama de un ahuehuete, un fresno, un trueno, o una jacaranda del Parque México.
La infancia es también la ausencia que nos mira. La única posibilidad que tienen nuestros ojos de mirarse a los ojos. Y de que sean nuestros labios los que gritan nuestro nombre. Ignoro si eso mismo sucede con la vejez. Nunca ningún sueño me ha regresado a mi vejez. No soy aún anciana. Pero conozco algunos cuantos viejos que poseen el don de hacer aparecer menos cruel al mundo. Son los que se van yendo como un niño que corre en un parque, sin ningún temor a olvidar lo que todavía no ha llegado. Sin miedo al dolor que causa en ocasiones soñar tan lejos.

insulabarataria_mariacortina@hotmail.com

La Historia, una versión





Guillermo A. Hulsz Piccone
México Desconocido

Construido en 1927 como el principal atractivo de la nueva colonia residencial Hipódromo Condesa, el Parque México hoy se ha convertido en uno de los más hermosos y más visitados de la Ciudad de México, tanto por lo céntrico de su ubicación, como por la cantidad de servicios que ofrece.

Los patos se desperezan al rayo del sol en una orilla del lago mientras varios niños recorren sus orillas a pie y en bicicleta; algunos jóvenes juegan futbol y un señor duerme plácidamente sobre la alfombra del pasto.

Las veredas se pierden entre la espesura del follaje integrado por una infinidad de verdes formas vegetales. Aunque parezca increíble, todo estos sucede en pleno corazón de la macrópolis, a tan solo dos cuadras de una de sus principales arterias, la Avenida de los Insurgentes.

El Parque México fue concebido como el centro del fraccionamiento y su forma evoca el trazo oval de la pista hípica del Jockey Club sobre la que se construyó, por esto algunas de las calles que lo rodean corren en forma circular, lo que confunde a quienes visitan por primera vez el parque, pues no le encuentran ni pies ni cabeza y el paseante da vueltas y más vueltas.

Aunque su nombre oficial es Parque General San Martín, todos los conocemos como Parque México, seguramente porque así se llama la calle que lo limita: Avenida México y en relación con su par, el vecino Parque España, que le antecedió tan sólo por unos cuantos años, ya que fue inaugurado en 1921 como parte de Ia celebración deI centenario de Ia consumación de Ia Independencia.

Además de ser un importante sitio de recreo, el Parque México representa el moderno estilo de vida que adoptó nuestra ciudad en sus nuevos desarrollos residenciales durante Ias décadas comprendidas entre Ias dos guerras mundiales. EI dinámico ambiente deI art-decó de aquelIa época quedó capturado en esta colonia gracias a que se construyó casi totalmente en tan sólo 15 años, lo que le dio una unidad arquitectónica excepcional.

EI parque es, antes que otra cosa, una inmensa masa vegetal que ocupa casi 9 hectáreas, una quinta parte de Ia superficie total del fraccionamiento, esto es una proporción insólita en la historia de la planeación urbana en México, por lo general mucho menos generosa en cuanto a la dotación de áreas jardinadas.

Su equipamiento también resulta poco común, pues el parque cuenta con una serie de lagos, espejos de agua y fuentes, mobiliario como bancas, faroles y letreros, varios kilómetros lineales de andadores, una biblioteca, baños y, por supuesto, grandes áreas verdes plantadas con una amplia variedad de árboles, arbustos y enredaderas.

EI elemento principal de este parque está constituido por un enorme teatro al aire libre circundado por pérgolas que serpentean cubiertas de bugambilias multicolores. En Ia fachada deI teatro está ubicada una fuente que se singulariza por ostentar Ia estatua de una mujer desnuda con rasgos indígenas que surte el agua a través de dos cántaros; sobre los muros se observan representaciones de cactus que refuerzan el carácter nacionalista deI conjunto.

AI fondo deI teatro hay una amplia plataforma que hace Ias veces de escenario, cerrada por atrás con cinco altas columnas facetadas rematadas por vigas y a los lados por sendos volúmenes que forman los camerinos, sobre cuyas caras, en relieve, aparecen figuras geométricas estilizadas con representaciones de Ia comedia y Ia tragedia, así como elementos celestes; sobre estos dos cuerpos hay remates calados con formas orientales.

Este foro fue bautizado con el nombre deI Coronel Lindbergh en honor a Ia visita que este célebre aviador hiciera a nuestro país durante una de sus giras internacionales. EI foro es un elemento que nos habla una vez más deI espíritu que animó a aquella época de fascinación por eI automóvil y el avión, símbolos de Ia energía, fuerza y velocidad de Ia era moderna.

EI diseño deI parque, así como el de todos y cada uno de sus componentes es de primera categoría y combina en forma muy afortunada Ia arquitectura con Ia escultura monumental y con lo que hoy se conoce como arquitectura deI paisaje, esto se explica pues en su realización intervino un equipo multidisciplinario muy competente. Sobre todo en el aspecto de Ia escultura monumental urbana, el Parque México es una obra modelo y pionera, ya que fue Ia primera que se concibió para atraer compradores a un fraccionamiento e inspiró a otros artistas como Luis Barragán en Ias obras semejantes que posteriormente desarroIló en Ciudad Satélite, EI Pedregal y Las Arboledas.

El mobiliario deI parque también está muy bien logrado, tanto en lo plástico como en lo funcional. Hace gala deI concreto armado, material que revolucionó a aquella época, así como de Ias características formas geométricas abstractas, los colores vivos y el espíritu nacionalista que identifican al art-decó mexicano.

EI Parque México tiene otras dos fuentes, Ia que se localiza. en el costado sur fue concebida además como reloj, con efectos de sonido que el viento produciría al pasar a través de unos pequeños tubos; sin embargo, no se llevó a cabo así, que dando tan sólo como fuente con una torre cuadrangular al centro de una glorieta que es Ia favorita de los paseantes de Ia tercera edad, porque es tal vez Ia zona más apacible deI parque.

La tercera fuente es acaso Ia de mayor espectacuIaridad, pues lanza un alto chorro que se eleva algo así como 10 metros sobre el nivel del brocal, formado por un lecho de piedras artificiales situado justo en medio de un tupido platanar.

Otros elementos característicos deI mobiliario de este bello lugar son las bancas y los letreros. Las primeras son ajenas al estilo art-decó en que se diseñaron Ia mayoría de los complementos, pues aunque se construyeron también en concreto armado, formalmente son de estilo naturalista imitando troncos y ramas, lo que les da un aire campirano y las remite al equipamiento característico de los parques del porfiriato. Los letreros consisten en una placa rectangular sostenida por postes en Ia que aparecen textos breves exhortando a los usuarios a que se conduzcan con urbanidad. Estos letreros resultan curiosos por su tono didáctico y por sus pretensiones ingenuas, sobre todo hoy en día.

En cuanto a Ia vegetación, además de abundante es muy variada, pues comprende plantas de todos los climas, desde el tropical hasta el frío pasando por el templado. Si bien entre los árboles más abundantes están los fresnos, los truenos y Ias jacarandas, también hay plátanos, palmeras de varias clases, oyameles, cedros y hasta ahuehuetes, los árboles mexicanos por excelencia. Encontramos así mismo arbustos de azaleas, azucenas y setos diversos, así como hiedras, bugambilias y pasto. En este aspecto no vale aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor", ya que estas plantas hoy están muy desarrolladas en comparación con el pequeño tamaño que tenían en los inicios deI parque, según se puede apreciar en Ias fotografías de Ia época.

Las especies animales que habitan el parque son menos abundantes que Ias vegetales y en su mayoría han llegado por sí solas, atraídas por lo que este lugar les ofrece, a excepción de los patos y gansos que gozan de un gran a lago construido especialmente para ellos. Habita en Ias frondas de los árboles una gran cantidad de pájaros de varias especies y en los edificios abundan Ias palomas que le dan a este bello espacio un ambiente muy agradable. Dado el carácter público de este lugar, es utilizado en distintas formas por los visitantes. Abundan los deportistas que corren y hacen gimnasia, sobre todo en Ias mañanas; a toda hora hay jugadores de "cascaritas" futboleras en cualquier espacio disponible. Otros buscan aquí un sitio apacible para comer (aunque los letreros lo prohíben), para dormitar, o para platicar con los amigos o Ia novia, para jugar o simplemente para aislarse aunque sea por un rato de Ia agitación urbana. EI Parque México continúa siendo sitio de reunión de Ia antigua comunidad judía que habita en Ia zona desde su fundación.

Hay, por supuesto, todo tipo de vendimias en puestos que ofrecen dulces, juguetes, frutas, tacos (no de canasta sino de cajuela), chicharrones y helados entre otras mercancías. Además se alquilan bicicletas, modernos carritos eléctricos, caballos, un simpático minicamión que es Ia fascinación de los más pequeños, así como juegos mecánicos en una pequeña feria que se instala ahí durante ciertas temporadas.

Ocasionalmente, se presentan festivales en el teatro, que Ia mayoría deI tiempo más bien se utiliza como cancha de juegos.

En Ias calles perimetrales se han instalado terminales de autotransporte público aprovechando el área libre, hay camiones, microbuses y un sitio de taxis, cuyos automóviles lavan cuidadosamente los conductores en la fuente del teatro.

Los sábados por la mañanas se escuchan gritos a coro como los que emiten los cadetes militares, pero se trata de un grupo de boy scouts que ahí hacen sus ejercicios, a falta de un sitio campestre cercano.

Los días en que más se llena el parque son, claro, los domingos, cuando familias enteras se posesionan del lugar para llevar a cabo fiestas infantiles, días de campo o simplemente para pasear a los niños.

El Parque México es, desde sus orígenes, un poderoso imán que atrae a todo aquél que se le aproxima y ya no lo deja escapar nunca pues por más que se aleje de él, sólo lo hará en forma temporal e inevitablemente volverá para dejarse atrapar de nuevo por sus frondas.

Fuente: México en el Tiempo No. 12 abril-mayo 1996

Una aventura de la libertad en el DF




María Cortina
Lunes 5 de Marzo de 2007



Acudo con frecuencia a los parques de la colonia Condesa. Los conozco perfectamente, y ellos a mí. Hace años que nos reconocemos los árboles y yo, el lago, la mujer de los elotes, las bancas, el señor que empuja el trencito, los patos y los gansos, el hombre de las palomitas caseras. Por eso este fin de semana me llevé un susto tremendo. Hasta llegué a pensar que no estaba donde estaba. ¿Dónde estoy?, me pregunté, y en pocos segundos tropecé con un enorme letrero que alivió mi confusión. Usted está aquí, leí, y supe que la invasión de objetos no identificados en los parques y camellones de la Condesa es parte del proyecto Usted está aquí. Un proyecto en el que una veintena de jóvenes tomaron por asalto los espacios públicos del barrio y los inundaron de arte. En un rincón del Parque México, por ejemplo, brotaron de un día a otro un montón de árboles amarillos como remos que se disparan en diferentes direcciones, hacia la copa de los otros árboles, los de verdad. La obra se llama Árboles en cuarentena. Con ella, Antonio O`Connell pretende hacernos reflexionar en torno a la contaminación. Pero no solo la contaminación del medio ambiente. También la espiritual, la del alma. Aquélla que nos obliga a perder la brújula del deseo. Y es que ya pocos saben desear. Y desean lo que no desean. El deseo, visto así, se cumple. Deja de ser. Se hunde.
Miro la obra y pienso en el espacio público abierto a los deseos. Un triunfo.
Alex Bolio, otro de los artistas participantes, suplica silencio. A través de una escultura y troncos de madera pretende crear un lugar frente a la naturaleza, hacer un silencio y escuchar. Quizá el mensaje, si se consigue oír, no esté dirigido al ser humano, sino a la propia naturaleza. Pero aquí lo intenso, lo valioso de la propuesta es intentar, al menos intentar escuchar lo que no se entiende. Tal vez de ese no entender surja la palabra que se busca.
Una palabra muda que atraviese la fuerza del árbol, como el viento y las hojas.
Usted esta aquí arroja sobre los paseantes de la Condesa una catarata de sensaciones no solo visuales, sino auditivas. Los conciertos, la muestra de video, el cine, todo junto en los parques. En convivencia con los espectadores. Algunos quizá lleguen a sentir el movimiento. El movimiento permanente en el que vive y sueña esta ciudad. Y el cambio que concede quebrar el paisaje inmóvil con arte. Un paisaje que arropa al arte contemporáneo. Y hace suyas las obras. Suyas y de quienes las miren.
Mirar, participar con la mirada, desear alzar el rostro a la ciudad.
Diego Toledo colocó dos miradores en cada parque. Para mirar desde otro sitio lo que no se había mirado. Son unas bancas altas para dos personas, un espacio íntimo en medio del espacio público. La gente que utiliza este mirador descubre. La que lo mira, se descubre. Como las aves cuando se aquieta el alba.
La quietud de la muerte es también la palabra que la pronuncia: muerte.
Cualquier monumento a la muerte es un monumento a la vida, nos dice Maurycy Gomulick cuya obra Final Fantasy consiste en dos tumbas de espejos. La gente mira con curiosidad los sepulcros en los que ve reflejada su mirada. Todos miramos hacia la muerte, insiste Gomulick, el reflejo de la vida se retiene en tumbas.
La Ciudad de México ha muerto. Alguien así lo ha decretado. Pero igual que la vida humana la Ciudad de México renace. La hemos visto sacudirse en su tumba de caos y aparecer día a día con la piel de la creatividad encima. Suplicando que la saquen del encierro. Que vuelva a ser toda ella un espacio público. El lugar abierto que algún día fue. Usted está aquí abre ese espacio. Pero no solo el espacio físico, sino también el político, el colectivo, el lugar donde se comparten ideas o se confrontan valores, intereses, donde se construye y se crece. A pesar de la contaminación de los lirios, los lirios verdes que destruyen.
No todo lo verde es ecológico, opina Betsabee Romero y exhibe dos plagas verdes que nos invaden, una natural y otra urbana. En la fuente de la glorieta de Cilplaltepetl, los techos de cuatro minitaxis verdes flotan invadidos de lirios que la artista llevo a la Condesa desde Xochimilco. Fuera de control por su cantidad, por la corrupción y por su cantidad, los minitaxis son un foco de contaminación. Igual que los lirios que cierran el espacio al agua, crecen, invaden, avanzan.
Hoy la sed es también de los ríos, de los lagos y de los canales. El agua está incómoda.
Algunos habitantes están incómodos. Así se llama la muestra de arte de Usted está aquí. Habitantes Incómodos. Se refiere a la forma como ciertos habitantes de colonias específicas han reaccionado frente a las iniciativas de alguien ajeno en los parques y camellones de su barrio. Intentan hacer de los espacios públicos un espacio privado, cerrado al otro. Al diferente, al de fuera.
Usted está aquí, establece vínculos cercanos entre gente diferente. Los habitantes de la Ciudad de México. Una ciudad urgida de aventuras de libertad, de deseos, de creación, de conquista de espacios para conquistar también después los derechos de los que la habitamos. Sin que nos incomode. O nosotros a ella. Sin matarla ni morir.

La Condesa a pie pero sobre ruedas




Un llamativo vehículo lleva a los turistas por las calles de este pintoresco barrio. Este paseo permite admirar la arquitectura art nouveau, los edificios históricos y la amplia oferta gastronómica de la zona

La Condesa a pie pero sobre ruedas
Juan José Rodríguez

Viernes 09 de marzo de 2007
La ciudad de México parece dejar poco lugar para caminar, el automóvil se ha impuesto como el amo y señor de nuestras calles.

Afortunadamente, la modernidad nos aporta un elemento en contra de esta realidad y nos permite recuperar las calles para disfrutar nuestra urbe.

Peatones sobre ruedas

El segway es un vehículo eléctrico inventado por Dean Kamen, que rememora al viejo "patín del diablo", aunque con un aire postmoderno y un diseño sofisticado. La novedad consiste en que el vehículo se basa en el equilibrio del tripulante captado a través de sensores y giroscopios.

Posee una gran movilidad, con giros casi sobre su propio eje. No tiene pedal de acelerador, freno ni cambios de velocidades, todo se controla al apoyarse hacia adelante o hacia atrás y según la pericia del conductor se le coloca al vehículo una llave que restringe la velocidad. La de principiantes permite 9.6 kilómetros por hora, la intermedia 12.8 y la de expertos alcanza hasta los 20 kilómetros por hora.

Segwaytours es una empresa que apuesta por esta iniciativa ecológica para disfrutar las calles de nuestra ciudad. Ya cuenta con recorridos por la zona de Chapultepec y el centro histórico, y ahora ha abierto una nueva ruta por las calles de la colonia Condesa.

Este paseo permite admirar la arquitectura art nouveau, los edificios históricos y la amplia oferta gastronómica de la zona.

La ruta recorre la avenida Alfonso Reyes (Historia de la Condesa), Mazatlán (art decó y art nouveau), Veracruz (Porfiriato), Parque España y Parque México.

El tránsito se hace sobre los camellones y banquetas, lo que proporciona seguridad al paseante,

Sin importar si somos turistas locales o foráneos, este es un buen pretexto para redescubrir la ciudad de Méxicode una manera divertida. Cualquier persona, sin límite de edad, puede rentar un segway, el precio incluye los servicios de un guía.

Datos útiles

Cualquier turista local, nacional o extranjero puede rentar un Segway

Costo El recorrido de una hora tiene un precio de 200 pesos, dos horas 350, y tres horas 500 pesos.

RequisitosReservar con al menos 24 horas de anticipación a los tels:2454-4048 y 5207-2611 o por mail info@segwaytours.com.mx

Razones de pesoEl tripulante debe pesar un mínimo de 45 kilogramos y máximo de 115.

Curso de manejoSegwaytours proporciona la capacitación previa al recorrido, que dura aproximadamente 15 minutos.